




Es refrescante encontrarse con psicólogos que pueden hacer de su profesión una tarea verdaderamente transformadora. Que han podido recortar una problemática social dolorosa y difícil de sobrellevar, como lo es el divorcio, y que hayan hecho de ella un campo de encuentro, relación y sublimación. En primer lugar quiero rescatar el valor de “encuentro” de estos grupos. Con ello quiero decir que establecieron un “espacio” compartido donde todos por igual vivían un hecho humano insoslayable: resolver el tema del amor entre hombres y mujeres. Para esto el dolor de la pérdida les permitió recuperar, no a la persona pérdida ni su reemplazo, sino el vínculo perdido, es decir aquel “espacio” que no es de nadie y por eso es de todos. Como las autoras van señalando, a medida que este espacio se va conformando cesan los reproches, los hijos dejan de ser rehenes, el resentimiento y la desesperación van dando lugar a la esperanza. No puede ser de otra manera cuando hay “encuentro” pues supone, por un lado renuncia a los prejuicios y por otro, disponibilidad a lo nuevo. Las autoras han sabido crear un clima de confianza para que el encuentro se diera y así lo particular de cada uno deviniera en una experiencia común. Para mí esto es el más logrado del trabajo. No sólo interpretan, van ayudando a encontrarse, es decir despojarse de sus heridas narcizadas y volverlas dolor humano compartido. Así el grupo puede reflexionar, es decir pensar en un circuito donde cada uno refleja y reflexiona lo del otro y dinamiza un pensamiento grupal, que va encontrando sentido a lo que pasó y anhelando otra vez vivir en el amor. Además de encuentro dijimos que las autoras lograron que en estos grupos se establecieran relaciones, es decir, se dio validez a un campo de identificaciones donde cada uno pudo sostener al otro, corregirlo, completarlo y hasta aconsejarlo. Pero todo dentro de un contexto reflexivo, es decir donde siempre se vuelve a pensar. Nada está acabado, siempre hay una nueva posibilidad. Como grupo de encuentro es francamente transformador y creativo, aportando respuestas totalmente nuevas y cambios en la propia imagen que enriquecen la autoestima. Cuando uno se pregunta ¿dónde están los coordinadores?, siempre tengo la misma sensación: son como una voz que va expresando el grupo, que va rescatando la orientación que el grupo va dando a sus problemas. Voz discriminadora, contenedora y esperanzada hacia el futuro que hay que alcanzar sin huir del presente. Voz que principalmente da cuenta de lo vivido. ¿Por qué digo sublimatorio? En lo esencial, porque a mi entender hay un proceso de desilusión progresiva que termina en un desprendimiento de toda solución rápida (aunque aceptan benévolamente todo intento de consolarse) y que los lleva a un sentimiento de soledad positivo. A muchos, esto les permitirá volver a encontrar el deseo de amar. De compartir la vida, no consolarse. En otro orden de cosas, me parece importante destacar el momento socio cultural en que aparece este libro. Estamos en un país donde es reciente la implantación de la Ley del Divorcio, que si bien es una solución de algunos problemas conyugales, en otros casos origina soluciones apresuradas y sumamente traumáticas, que pueden llevar a divorcios a repetición. Salir a esclarecer las características de “duelo” humano que implica la separación matrimonial, da a esta solución necesaria, pero no deseada, un enfoque respetuoso de lo que podríamos entender como nuestras limitaciones humanas, que nos llevan a cometer errores que debemos saber remediar. No solo estamos ante una crisis del vínculo institucionalizado, sino también ante un descreimiento de la juventud de hoy en vínculos perdurables de amor, lo cual hace necesarios volver a pensar en el amor conyugal. Las autoras están lejos de denunciar a los divorciados como expresión de incapaces en el amor. Todo lo contrario, los muestran como seres humanos sufriendo por la separación y rescatando la esperanza del amor compartido. Si leemos sin prejuicios, vamos a encontrar en la experiencia del divorcio la presencia de una crisis vital, que si la atravesamos como tal nos permite salir renovados precisamente en aquello que fracasamos: el amor. Soy -como las autoras- un convencido de que si no enfrentamos vitalmente (lo que implica momentos difíciles) las crisis que la vida conyugal nos invita a enfrentar, caeremos en una actitud defensiva ante la vida compartida, lo cual nos desgastará hasta convertirnos en burócratas hipócritas del amor. Es un libro para que todos lean, aunque no sean profesionales. Ofrece ideas muy interesantes, como la de elaborar duelos en grupo, la que de las crisis de identidad son tolerables cuando se transitan por una crisis grupal, o que el “sexo temido” encubre el amor como lo verdaderamente temido, etc. Con esto quiero decir que hay un alto nivel de conceptualización, pero expresado con sencillez y claridad, de tal modo que todos puedan entender cuestiones que a veces las palabras muy intelectualizadas ocultan. Si en algo no caen las autoras es en el hermetismo ni en la observación distante. Se las ve durante toda la narración dentro de la experiencia. Además todo está dicho muy amenamente y con humanidad. Dr. Octavio Fernández Mouján Mayo 1989
¡PORTATE BIEN! Pequeña frase inofensiva diríamos muchos, sin embargo la ciencia de la psicología profunda sabe que esto no es cierto.
¿Por qué elegimos a uno y no a otro? , Por qué a una no a otra? ¿Qué deseamos de una relación de pareja? ¿Por qué elegimos a una persona en particular? ¿Qué ocurre con nosotros, que cuando por fin logramos estar con alguien no nos sentimos satisfechos? ¿Por qué casi siempre, después de un tiempo, pensamos en alejarnos de esa persona? ¿Qué nos pasó para que el ser más querido se convierta en el más odiado? Este libro tiene como objetivo, dar respuestas a estas múltiples preguntas que nos hacemos a diario, y mostrar como nuestras primeras experiencias infantiles inciden en la elección de pareja, eligiendo determinadas personas, solo algunas nos atraen otras no. La elección de pareja es inconsciente y cuando alguien nos atrae es porque tenemos la sensación que va a satisfacer nuestras propias necesidades emocionales, que no fueron cubiertas en la infancia. Hay que hacer consientes nuestras heridas, encontrarnos con nuestro niño interior, este es el primer paso hacia el crecimiento. El modelo aprendido, ese que nos legaron nuestros padres, lo seguiremos repitiendo, junto con las estrategias que usábamos para responderles, y esta conducta infantil la reproducimos en los vínculos que entablamos. Por su parte, nuestra pareja repetirá sus propios modelos y estrategias, y no será sino cuando los identifiquemos con claridad que podremos, desde la posición de adultos, modificarlos, sustituirlos o ignorarlos. ¿Por qué con este sí... con esta no...? a quién y por qué elijo como pareja. y no otra, nos permitirá tener las claves para la comprensión de nuestras elecciones y vínculos. Las relaciones intimas nos enfrentan con nosotros mismos y con los demás. Con el conocimiento de nuestra historia dejaremos de depositar en el otro, y demandar del otro, la solución a los aspectos no resueltos de nuestra vida. Para eso debemos Sanar Nuestro Niño Interior, tomarlo de la mano, encontrarlo y descubrir como nuestros conflictos de hoy día son versiones actualizadas de un pasado del cual aún conservamos heridas sin cicatrizar. H. Hendrix nos aclara: “Las necesidades insatisfechas de la infancia son las que nos amenazan, y sin darnos cuenta presentamos nuestras heridas a las otras personas con las que entablamos relaciones intimas, esperando que estas reparen el daño creado por una educación deficiente” Uno de los vínculos donde más claramente se presenta esta conducta, por el grado de estrecha intimidad que supone, es la relación de pareja. Este niño, presente en nuestros vínculos adultos, manifiesta una insaciable sed de amor, atención, afecto. Nos volvemos demandantes y saboteamos lo que nos dan, debido a nuestra confusión no logramos separar nuestro mundo interno de la realidad exterior. Necesitamos ser consientes de nuestras reacciones vinculares para terminar con la frustración y posibilitar los cambios. Cuanto más claro sea para nosotros el origen de nuestras reacciones, más posibilidades tendremos de mejorar la calidad de los vínculos. Si entiendo por qué una determinada conducta de mí pareja me molesta, podré, desde el adulto que hoy soy, poner límites a esta manera de actuar y explicar la causa de mi intolerancia. Para mantener una relación de a dos se hacen imprescindibles el conocimiento de sí, el conocimiento del otro, el dialogo y la negociación. Mientras permanezcamos ignorantes de la dinámica que inconscientemente hemos establecido, reaccionaremos ante nuestra pareja con las mismas estrategias que usábamos de niños. Así golpearemos puertas, romperemos platos, nos enojaremos fácilmente, lloraremos, nos callaremos. Pero no seremos capaces de dialogar sobre nuestro dolor, de reconocerlo y sacarlo a la luz. No expresamos lo que sentimos, no expresamos lo que necesitamos. Nos decimos “mejor me callo así no se enoja”. Esperamos que el otro adivine nuestras necesidades y no las mostramos por temor que el otro se burle, simulamos que no necesitamos nada. Mantenernos desconectados del sufrimiento y la frustración que experimentamos tan sólo nos lleva a perpetuar el dolor. Cuando somos consientes de por qué peleamos con nuestra pareja, porque nos sentimos desdichados, insatisfechos, defraudados, comenzamos a comprender cómo se generan las conductas que conducen al fracaso. Comprenderlo da la oportunidad de abordar y cambiar estas situaciones. Mi historia condiciona mi libertad para elegir: Busco lo que no recibí de niño Doy lo que recibí de niño Si no recibí nada, pido todo del otro Demando todo y no doy nada Vivimos demandando a nuestra pareja que nos de lo que nos falta. El otro no puede solucionar lo que no tenemos resuelto. La calidad del vínculo con nuestra pareja está íntimamente relacionado con las primeras experiencias infantiles, con las vivencias de nuestro niño interior, con sus carencias aquello que deseábamos que nuestros padres nos den y nunca nos atrevimos a pedir. Cuando comprendemos que estos reclamos que les hacemos a la pareja son problemas no resueltos en nuestra propia infancia, seremos capaces de aceptar que nuestra pareja pueda no satisfacerlos. Si tuvimos padres distantes y fríos, inaccesibles, esto nos lleva a que no nos sintamos merecedores de amar. Nos volvemos distantes por miedo a que nos abandonen. Si tuvimos padres muy controladores e invasores, la persona teme que la pareja lo invada, lo controle, lo sofoque. Uno se acerca y el otro se aleja. A medida que la relación con el otro avanza se comienza a intimar, y en esta intimidad recién inaugurada enfrentamos cuestiones fundamentales de la existencia humana: las influencias de nuestra historia familiar que inciden en nuestra conducta, la dinámica de nuestra personalidad, los interrogantes sobre quienes somos, qué buscamos, qué somos capaces de dar, cómo comunicarnos, cómo manejar nuestros sentimientos, cómo permitir que el amor fluya a través nuestro, cómo comprometernos, cómo entregarnos, cuando profundizamos en una relación, se exacerba nuestra necesidad de entender estas cuestiones básicas y nos vemos obligados a explorar con más profundidad dentro de nosotros mismos. No hay recetas para lograr buenas relaciones, pero es imprescindible ahondar en el conocimiento de uno mismo. Es la única vía para comprendernos mejor, comprender al otro y comprendernos nosotros en función del otro. Si estamos seguros de nosotros, tendremos muchas más oportunidades de brindar y recibir amor. Traigo a colación las hermosas palabras de Osho: “Sin amor, el hombre puede ser rico, tener salud, ser famoso, pero no puede ser cuerdo, porque no conoce nada de sus valores intrínsecos... El amor es la fuerza curativa más grande de la vida. Aquellos que viven sin amor se sienten vacíos, huecos; vivir junto a otro proporciona encanto a tu vida.”
A los 18 años emigré a Buenos Aires desde mi provincia natal, Tucumán, dispuesta a cumplir ese sueño que acariciaba desde niña: ser psicóloga. Sin embargo, al llegar a Buenos Aires, me impacto la situación socioeconómica y decidí cursar la carrera de sociología. Recién después de haberme recibido completé mis estudios en psicología y empecé a trabajar como psicoterapeuta de niños, incluyendo a la familia en el tratamiento puesto que siempre he defendido la idea de que los niños que llegan a terapia no son más que un emergente de la problemática familiar. Tuve en aquellos años tres maestros por los que guardo un enorme respeto: el Dr. Enrique Pichon Riviere, el Dr. Angel Fiasche y la Dra. Dora Fiasche. Años más tarde, cuando hice mi postgrado en el Centro Médico Psicológico Buenos Aires, tuve la fortuna de encontrarme con el Dr. Octavio Fernández Mouján, a quién le debo mucho de lo que aprendí respecto de las crisis vitales. Por aquel entonces, preocupada por la lógica de los movimientos del sujeto en términos lacanianos, profundicé desde esa escuela mis investigaciones en los orígenes de la conducta humana. Pero todo eso no me bastaba, necesitaba acceder a las personas desde un plano más directo; el encuadre psicoanalítico, con el cual estaba trabajando, ya no me satisfacía. Incursiono entonces en el psicodrama y viajo a los E.E.U.U., donde me conecto con el Dr. Robert Weiss, de la Universidad de Harward; de él tomo su modelo para abordar grupalmente la crisis de la separación matrimonial. Así empezó, por el año 80, mi camino en el trabajo grupal desde un esquema referencial diferente. Me resultaba conmovedor el estado de abatimiento y desesperanza en el que caían las personas luego de haber tomado. La decisión de terminar con un vínculo en el que tantas ilusiones habían puesto. Sentí la necesidad de crear un espacio transicional, donde los divorciados pudieran encontrar sentido, a lo que les había pasado, asumiendo la propia responsabilidad y participación en el hecho de separarse. Ese espacio tomó la forma de Grupos de Reflexión para abordar esta problemática. En este contexto, pude comprobar que el divorcio es un reactivador de situaciones no resueltas, anteriores al matrimonio. Cuando la separación se produce afloran rasgos de carácter que habían permanecido, hasta entonces, ocultos o poco desarrollados. Poco a poco me fui dando cuenta de que cada vez que estas personas sin pareja se preguntaban ¿qué quiero hoy para mí? o ¿qué sentido tiene mi vida sin el otro?, las respuestas no podían provenir exclusivamente del trabajo terapéutico con el tema del divorcio: quienes se formulaban estos interrogantes no eran sólo separados sino adultos que dentro de sí albergaban un niño herido y no escuchado.. La clave para empezar a trabajar en este campo la encontré en 1990, al viajar al Instituto Esalen de California; donde conocí a quien luego sería mi maestra, la terapeuta gestáltica, Lic. Susana Weinstein: Este encuentro me permitió ir focalizando la tarea en la autoestima y los mandatos familiares. De aquella época data CARPE DIEM, el Centro de Prevención y Tratamiento de las Crisis Familiares, donde actualmente trabajo con el método que da origen a este libro: la Sanación de Nuestro Niño Interior. A este centro no sólo concurren las personas que están atravesando por su separación matrimonial, sino también quienes están en crisis por viudez, muerte de un ser querido o pérdida de trabajo, e incluso jóvenes con problemas de relación, (que se presentan como tímidos). Lamentos, enojos y reproches es lo que se escucha en boca de estas personas que acuden a consulta buscando paliar su dolor. ¿Cómo ayudarlos a salir de la queja inútil y el resentimiento? aquí es cuando el niño interior tiene mucho para decir y enseñarnos. De su mano podemos descubrir como nuestros conflictos presentes son versiones actualizadas de un pasado en el que no fuimos respetados. Sin embargo, el objetivo del trabajo de Sanación de Nuestro Niño Interior no consiste en echar culpas a nuestros padres o figuras significativas de la infancia, regodeándonos en revivir cada episodio de humillación y atropello. Cada cual reconstruye su propia historia acerca de la infancia vivida, pero la memoria es una forma de ficción y, como diría Freud, "es como usted lo recuerda, no lo que verdaderamente ocurrió”. De allí que hoy lo importante es encontrar el modo de no repetir lo que tanto nos dañó. De niños dependíamos de nuestros padres, de grandes tenemos la responsabilidad de nutrirnos a nosotros mismos: a esto llamo reparentalización. Nadie puede respirar por nosotros, la respiración es hoy, no ayer, ni mañana. Así debe ser nuestra vida. Como dice el Carpe Diem horaciano:"Es preciso vivir cada momento, asignarle un valor único, reconocerlo como tal. La vida no puede ser un muelle, deslizarse a la espera de algún instante de particular intensidad, que quizás no llegue; todos los instantes pueden contener esa intensidad si se sabe descubrirla y aprovecharla; porque después la rosa pierde su lozanía, la luz apaga su resplandor, el tiempo desaprovechado solo deja espacio para el lamento inútil". Precisamente para poder encontrarnos con la intensidad del presente, es que concebí la idea de escribir este libro, con la esperanza de que las voces que aquí se despliegan sean una guía para todos aquellos que todavía no encontraron la forma de conectarse con su niño interior. Personalmente, esta tarea ardua y maravillosa, me llevo a encontrarme con mi niña y creer en ella; comprendí finalmente que todo lo que sucede en la infancia tanto el dolor como la alegría, los errores como los aciertos es lo que nos prepara para los logros presentes. Ojalá que los recuerdos de la infancia que a cada uno le aparezcan al leer estas páginas, sirvan para aprovechar la sabiduría del propio niño interior, para dejar de ser víctimas y asumir la responsabilidad de los actos de la vida adulta. Sanarnos es escuchamos una y otra vez, aceptándonos con nuestras limitaciones y posibilidades, tal como somos, transformándonos en los nuevos padres de nuestro niño interior. Desde el año 1996 resido en Costa Rica donde se hizo la segunda edición del libro ¡Pórtate Bien! Sanación de Nuestro Niño Interior y imparto talleres donde se aplica la metodología que en el mismo se desarrolla con el objetivo de fortalecer la autoestima y el crecimiento interior de las personas que concurren. Al mismo tiempo imparto conferencias vivenciales sobre el tema de la pareja (Elección de pareja, Conflictos de pareja y Divorcio matrimonial).He participado en varios programas televisivos así como en artículos periodísticos en diversas revistas. En el año 2004 recibí la equiparación del título de Psicóloga de la Universidad de Costa Rica. Matilde Garvich es Licenciada en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Fue docente en Sociología (U.B.A). Docente de la cátedra Niñez y Adolescencia Universidad de La Plata. Exmienbro Titular del Centro Médico Psicológico Buenos Aires (Director Octavio Fernandez Moujan), escuela de posgrado en Salud Mental. Directora de Carpe Diem Centro de Prevención y Tratamiento de las Crisis Familiares. Coautora del Libro ¿Quién soy yo sin mi pareja? Crisis de la separación Matrimonial.